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El Caballero Supremo

Cuando a Angélica la violaron yo estuve ahí. Ella no se acuerda de nadie, pero tiene el suficiente trauma para estar segura de lo que pasó.

El recuento siempre es el mismo. Fue a una fiesta con unos amigos de confianza, la drogaron, la llevaron a una casa y la violaron. Ella despertó sola y desnuda en una casucha que no conocía, salió llorando de ahí hasta encontrar a alguien que la ayudara y llamó a su amiga. Joaquín se enteró por Julie y salió por Angélica a recogerla y llevarla al hospital. Los policías hablaron con todos los invitados de la fiesta, pero la información que se puede sacar de un grupo de jóvenes ebrios y drogados hasta el putas no es que sea muy confiable.

Ese día Matías me había dicho que Angélica iba a ir y por eso fui. Matías me metió como un primo suyo, aunque nada tuviera yo que ver con su familia, desgraciadamente.

Esperé y esperé casi 3 horas para ver si Angélica llegaba, pero nunca se apareció. Ya bastante cansado y emputado, decidí tomar unos tragos y ceder a las insinuaciones de Matilde para bailar un rato y besar una boca. Matilde es una perra oficial para todos. No hay macho escolar que no haya tenido que aguantar sus besos babosos y esas caricias que me dejaban un sabor a mierda en la boca. Y siempre que la veo me recuerda a las putas de la esquina, con sus faldas viejas y sucias que apenas les tapan el culo y un escote tan cerdo que da asco en vez de ganas de metérsela. Además que le encantaba ponerse un labial rojo que la hacía verse aún más puta, pero la señorita siempre armaba severo drama si alguien intentaba decirle algo.

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Aburrido de su meloseria, me escapé a la parte de arriba en busca de algún recoveco donde poder desfogar la adrenalina del alcohol, descansar y poder alejarme un poco del ruido. En todas las habitaciones habían parejas haciéndolo, por lo que me dispuse a buscar algún baño libre de vomitados, pero en ese ambiente fue una búsqueda en vano. Harto, me metí en una de las piezas donde una parejita estaba peleando por metérsela en el culo y respondí a sus alegatos con groserías para salir por la ventana y escalar hacia el techo. Desde ahí, el frío me penetraba hasta los huesos, pero el ruido y la gente habían desaparecido por completo.

Con cigarrillo en mano, admiraba la postal ante mis ojos cuando mi celular me sacó de mi ensoñación:

 Apagué la pantalla y, tal como me subí, volví a bajarme hasta volver a la habitación. La parejita ya no estaba, pero había un sostén en el piso.

Corrí escaleras abajo hasta donde la gente se amontonaba por ver. Era Angélica, Matilde, Mariana y Jeimmy bailando con unos tipos mucho más grandes que todos y restregándose contra sus cuerpos con total euforia. Me quedé un momento tratando de volver a meterme en el ambiente, pero la borrachera sólo me hacía mirar los ligueros que salían de la falda de ella cada vez que volvía a agacharse y restregarle el culo. Sentí que se me paró, por lo que bajé la mirada al reloj o algo que evitara un problema peor, pero una chica que no conocía tomó su trago a fondo blanco y empezó a restregarme el culo. Inmediatamente todas las mujeres a nuestro alrededor buscaron alguna entrepierna masculina en la que restregarse entre risas ebrias. Tomé por las caderas a mi nueva zorrita sin nombre, fingiendo seguir sus movimientos; pero estaba intentando que no notara el inicio de mi erección. Cuando mandó su mano a mi pene, sonrió coqueta y se giró para plantarme un beso baboso en la boca. La perra esa se creyó con el derecho.

 No estaba tan ebrio para seguir con esa mierda, por lo que volví a girarla y tiré del brazo del primer güevón que encontré para que continuara con ella. El tipo me palmeó la espalda agradecido y simplemente me volví a escabullir entre la gente hasta volver con Angélica y su grupo.

En medio del camino, una cachetada fuerte en mi culo hizo que me girara aterrado, para encontrarme con una risotada de Matías y Lucho.

—Hijueputas— mascullé intentando no llevar mi mano a mi culo para sobarlo, pero Matías ayudó en esa misión cuando me jaló del codo hacia él.

—CONOZCO A UN MARICA QUE ES AMIGO DE OTRO MARICA, QUE CONOCE A OTRO MARICA QUE ES HERMANO DEL TIPO QUE ESTÁ BAILANDO CON ANGÉLICA— gritó en mi oído sin dejarme entender absolutamente nada. Pero no era raro en el idiota de Matías, que con su cara de maldito retrasado y ese aliento a mierda parecía entorpecer mis funciones cerebrales. Cuándo fui a responderle con un “qué”, me volvió a jalar hasta las escaleras, donde nos estrellamos con Angélica y el man con el que bailaba. Ella estaba en cuatro como la perra sucia que quería ser, con las manos en los escalones y restregándose contra él, mientras la manoseaban y le daban nalgadas frente a todos. El espectáculo daba tanta pena ajena, más por ella que incluso para ser una perra se quedaba corta. Era típico de esas niñitas estúpidas que crecieron esperando al imbécil de sus papás volver algún día.

Un poco atónito, retrocedí los pasos que el cuerpo de Matías me permitió, mientras Lucho me abrazaba por el cuello para colgarse de mí y ver aquel espectáculo. Como el virgen de mierda que es Lucho, parecía hipnotizado por  el gran culo de Angélica. Pobre hombre, no se lo comería ni el óxido así fuera el último metal sobre la tierra.

Un rato después, la gente ya se había dispersado, las parejas de las habitaciones habían vuelto a lo suyo y los repartidores de trago se aprovechaban de las pobres retrasados inútiles que todavía podían abrir la boca voluntariamente para tomar algo. No importaba si fuera alcohol o los fluidos viscosos de algún estúpido.

Yo seguía detrás del grupo de Angélica, casi aburrido por ver lo compenetradas que estaban todas con esos manes. Parecían perritas sedientas, suplicando porque se las cogieran de una buena vez. No se esperaba menos de aquellas zorras fáciles, que era el único como en el que conseguían que al menos un idiota trabado hasta la inconsciencia se las comiera. Por el volumen de la música, todo el mundo se hablaba a gritos con todo el mundo, por lo que pude oír que ya iban a irse. Al otro lado de la sala podía ver a Lucho haciéndome señas, pero estaba pendiente de lo que decían. Apenas y podía alcanzar a entender una palabra.

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Pasé toda la multitud hasta donde Lucho, que me recibió con un trago de aguardiente directo a mi garganta entre carcajadas.

—ESTA MIERDA SE VA A PRENDER, PERRO— dijo Lucho saltando abrazado a mi cuello. Yo lo miré intrigado, pero otro brazo me rodeó y me tironeó del cuello.

—LUCAS ME DIJO QUE LOS MUCHACHOS TIENEN OTRA FIESTA MÁS PERCHA COMO PAL SUR— volvió a gritarme Matías, para tomarse un trago y escabullirse hacia la puerta de atrás. Lucho me jaloneó hacia allá, viendo cómo los manes con los que estaba Angélica se reunían afuera con otro parche que no me sonaba de ningún lado. Todas caras desconocidas.

Según lo que me explicaron luego, tocaba como pagar una cuota para entrar a esa dichosa fiesta, por lo que Matías les dio unas pastillas y les dijo algo al oído. Uno de ellos se carcajeó y abrazó a Matías como si fueran amigos de toda la vida.

—Qué putas— le pregunté a Lucho al ver ese intercambio, pero Lucho se encogió de hombros y se acercó.

—Y SON ELLOS DOS TAMBIÉN— gritó Matías desde donde estaba, señalándonos en el proceso. El terror me invadió, por lo que miré hacia atrás como si buscara a alguien. Para mí suerte, Lucas llegó corriendo y no quedé como otro de esos idiotas.

La dichosa fiesta esa quedaba en la mierda. Nos subimos a unos Jeeps y ellos condujeron hasta una zona que no conocía. Las pastillas de Matías se repartieron entre todos los del carro, pero yo simplemente la boté sabiendo que Lucas es un hijueputa drogadicto sin futuro y no soportaría parecerme lo mínimo a él. Un tipo al que le decían Pipe se la pasaba jugando con los ligueros de Jeimmy, y ella con una sonrisa falsa intentaba mantenerlos en su muslo.

Angélica estaba dormida encima de un tipo, que era Óscar, y Matías. Óscar la sostenía por el culo mientras ella parecía dormida sobre el pecho de él. Las piernas descansaban sobre Matías, que le tocaba la canilla muy de vez en cuando.

A dónde íbamos eran sólo fincas enormes separadas cada una de la otra.  La finca para la que íbamos parecía una discoteca de todo lo que tenía. Las luces y la música se sentían incluso cuando yo todavía no podía ver la finca. Matilde se paró en el carro a bailar, haciéndose la torpe y que se caía para que todos viéramos que tenía una tanga roja. Típico de una zorra que todo el tiempo quiere la atención que nunca recibió en casa. Jeimmy me apretó la pierna con fuerza, lo que me hizo mirar hacia ella. Pipe le estaba mordiendo el cuello y ella se quejaba silenciosamente mientras me miraba con horror. Me hice el borracho y me dejé caer cuando el carro frenó, lo que hizo que Pipe tuviera que atraparme. Jeimmy tenía los ojos llenos de lágrimas, aprovechando mi distracción para bajarse y correr dónde estaban Mariana y Matilde. Ese cerdo seboso no merecía el derecho de ganarse a Jeimmy tan fácilmente.

Me disculpé con Pipe, tratando de evitar mi cara de vómito ante aquel ser tan asqueroso que tenía enfrente. Me contuve para no reírme es esa puta cara de mierda, manteniendo la mirada baja. Ese inútil me dejó ir con no más que un calvazo, en lo que me pude alejar dejándolo hablar sólo. Ese pedazo de basura humana no merecía ni un segundo más de mi tiempo. Salí corriendo hacia Matías, ignorando el saludo torpe del maricón de Lucas.

—Veo, perro. Estos tipos nos trajeron hasta aquí y ahora ¿cómo putas nos devolvemos?— lo cuestioné con un empujón, que le hizo tambalear bastante por la gran cantidad de trago que llevaba encima.

—Veo pues... ¿Acabamos de llegar y vos ya te querés ir?— me contestó en la peor imitación de un acento que he oído en mi vida. Se reía y me llevaba caminando hacia la finca, pero mi preocupación era genuina. Al verme tan insistente en mi pregunta, vaciló diciendo que pediría un Uber y que todo bien.

Asentí. Viéndola caminar hacia la finca, empecé a seguirla como un idiota. Su falda se veía muy linda, mientras las amigas la abrazaban y le tomaban la mano con fuerza. De inmediato la fiesta me pareció una buena idea. Tal vez si lograba que se separara de esas zorras y los tipejos esos, podría al fin hablarle un rato.

Esta fiesta, aunque con gente mucho más grande y mucho más febril de alcohol y droga, no se distinguía mucho de la otra. Nuevamente, me pasé toda la fiesta viéndolas volverse mierda con esos tipos y casi terminar haciendo una orgía en medio de todos. Suspiraba algo aburrido por aquella escena, sentado en el balcón interno de la casa. Ese era mi destino, verla desde lejos mientras otro le metía la mano hasta el espíritu. Ni siquiera podía entender cómo una vieja tan zorra me podía gustar tanto, pues cualquier hombre cuerdo ya estaría buscando una más buena al ver lo que yo estaba viendo. Y ella ni enterada que estaba ahí sentado porque la putería le ganaba.

Sin ganas de seguir allí, busqué el hueco más cercano para salir de la casa y fumar otro cigarrillo, pensando en la última charla. Ella había sido tan graciosa y amable que realmente creí que ya éramos algo más que sólo compañeros de curso. Me había dicho tantas cosas suyas, que me dio una leve esperanza, una mínima, de poder algún día cumplir lo que deseaba. Pero hoy era otra.

A lo lejos vi un grupo de gente coreando canciones y corriendo en el pasto con una euforia aterradora. Me mantuve a la distancia, pero estaba tan aburrido que simplemente me pareció buena distracción ver un grupo de borrachos intentar caminar a un destino. La casa esa donde guardan caballos parecía ser el lugar elegido, pero se tambaleaban tanto que ya no estaba seguro. Aun así, los adelanté con facilidad entre el matorral y llegué primero a la casa esa.

La policía escribió todas estas maromas como algo mucho más elaborado que el grupo de idiotas tomados y drogados que eran. Cuando un ser humano es imbécil y afecta su poca capacidad cerebral con trago y pastillas, lo único que queda de ese subnormal es un animal. Y eso era lo que eran.

Todo lo que pasó esa noche sólo fue una estupidez tras otra dicha por uno de los gorilas que las chicas habían elegido. Y esas estupideces se hicieron acciones que muchos de nosotros aún no podemos olvidar.

Cuando llegué a la casa, me di cuenta que tenía como unos huecos entre las tablas que dejaban ver hacia adentro. Me fui subiendo hasta el techo y me acosté en las tablas para encontrar el mejor lugar, pues adentro se escuchaba una algarabía de lo más estruendoso.

Pero apenas pude ver al interior, me aparté de una con la respiración a tope. El movimiento brusco me hizo resbalar un poco, haciendo que volviera a la realidad justo antes de caer por el borde. En ese momento se abrió la ventana justo debajo mío, cuando unas manos temblorosas luchaban por hacer espacio para el cuerpo. Una pierna con medias veladas y liguero se asomó, mientras la algarabía se unía en un grito unísono y mantenían las manos y la pierna totalmente quietas en su lugar.

De un salto, Jeimmy se tiró a la paja que rodeaba toda esa parte de la casa, respirando agitada y con sus ojos fijos en el techo. Se mantuvo acostada boca arriba completamente quieta un par de minutos, mirándome fijamente mientras yo estaba agarrado del borde para no caer. La ventana volvió a cerrarse por alguien del interior. Inmediatamente estiré mis manos hacia Jeimmy, que sollozaba negando.

 Con un salto silencioso, caí justo a su lado y la tomé con fuerza para arrastrarla al otro lado de esa casa. Los otros tipos, los que yo había dejado atrás en los matorrales, ya estaban llegando y podrían vernos.

Sin mediar palabra, la rodeé por los hombros con fuerza y corrimos por los matorrales hasta la entrada de la finca, pues no pensaba pararme a discutirlo. Ya en la reja, nos dejamos caer entre jadeos por la carrera y ella sólo se abrazó a mí llorando. Lloró un buen rato mientras la abracé con suavidad, sin estar muy seguro de lo que necesitaba.

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Por alguna razón nunca me llamaron a dar declaración de lo que había pasado ese día. Matías nunca habló de mí, Lucas estaba en lo suyo por lo de las drogas y Lucho ni siquiera aparecía en la lista, como yo. Incluso cuando fueron salón por salón y sacaron a Matías; Lucho y yo parecíamos no haber asistido nunca a ningún lado. Matilde apenas me mencionó en la primera fiesta, pero sólo dijo que había sido un idiota con suerte que bailó un rato con ella.

«Si, ajá. La perra esa se creyó de buenas», pensé mientras la oía. Mariana tampoco dijo nada, Angélica ni siquiera recordaba mi nombre y mucho menos mi presencia. Los tipos apenas dijeron una que otra cosa de Matías y Lucas, y por eso los llamaron.

Jeimmy tampoco dijo nada. Jeimmy apenas me miraba de reojo desde entonces.

Cuando llegamos a su casa, sus padres lloraron mientras me abrazaban, a pesar de que yo no hice nada. Jeimmy se fue todo el camino acostada en mi pecho, sollozando de vez en cuando para acercarse más. Producto del trauma de la escena, apenas le puse mi chaqueta encima y mantuve las manos en la silla.

Les pidió a sus padres que le permitieran hablar conmigo a solas, a lo que accedieron sin mediar palabra y me dejaron subir. Ella me tomó de la mano y me arrastró a su cuarto, para cerrar la puerta y tirarse al borde de la cama a llorar. Me senté al lado y apenas acaricié un poco su cabello, tan liso y negro como siempre. En un arrebato de ira, se levantó de repente y se quitó los tacones y las medias con los ligueros, para tirarlos lejos y volver a sentarse a mi lado. Se cubrió los ojos con las manos mientras lloraba.

—Tenemos que decirle a la policía, Jeimmy— susurré después del silencio más largo que he sentido en mi vida. Jeimmy se tiró encima de mí tapándome la boca. —Una palabra que salga de tu boca, Fer, y te juro que nunca más en la vida vuelvo a ni siquiera verte a los ojos.

Asentí rápidamente levantando las manos en señal de rendición, mientras ella rodaba por mi lado hacia la cama y volvía a sollozar.

—No debí dejarla sola— se lamentó entre dientes mientras lloraba.

—Si te quedabas, te iba a pasar lo mismo. Eran casi 5 contra ti —contesté negando. Ella me mandó un puño sin fuerzas al pecho, para levantarse de un salto y amenazarme con su puño.

—¿Y tú por qué no hiciste nada? ¡Eres como ellos! ¡Estabas viendo desde el techo, pervertido asqueroso!—gritó empujándome hacia la puerta de su cuarto. La tomé por las manos negando.

—Te juro que no, te juro que no. Apenas me había trepado ahí cuando vi que... Cuando ellos... Yo iba a salir corriendo, pero te vi saliendo por la ventana y luego pasó todo. Te lo juro, te lo juro —le contesté inmediatamente, tan asustado como ella en ese momento.

Cansada y sin muchas ganas de pelear, volvió a recostarse un rato en mi pecho a llorar. — ¿Se te cae un brazo si me das un abrazo, mierda? —reclamó con ira mientras tomaba mis brazos y se rodeaba ella misma conmigo. No dije nada y me mantuve inmóvil.

Cuando ya se calmó, intenté volver a mirarla con algo de curiosidad. Mi cara lo dijo todo porque ella sólo se limpió las mejillas y suspiró.

—Es lo que los chicos hacen cuando alguien les gusta —dijo. —Pero dejaste que ese hijueputa me dejara esta mierda en el cuello y luego que...

Jeimmy volvió a temblar y al fin sentí como el peso de lo que había pasado me pegó. Cerré los ojos para evitar las lágrimas, pero todo fue demasiado abrumador y simplemente salí corriendo de la casa.

Desde ese entonces no le hablo a casi nadie en la escuela. Apenas almuerzo con Lucho, que se desmayó una hora después de meterse la pastilla y no supo nada hasta que Angélica hizo la denuncia.

Sólo una vez en la declaración de Matías me nombró, diciendo que habían muchos raritos que se colaban a las fiestas que hacían. Dijo que yo era un tipo del salón con el que a veces hablaba y que ese día me había metido algo y me había ido a mi casa temprano a vomitar.

De Lucho no dijo nada muy diferente, por lo que ahora no podemos hablarle hasta que termine la investigación.

Cuando alguien se refiere al caso con las mil maricadas que inventaron, me invade la ira y siento la necesidad de gritarles que todo eso es falso, que cuando violaron a Angélica yo estaba ahí y vi lo que pasó realmente. Pero simplemente me guardo mis palabras y, siendo honesto, apenas medio minuto a través de una rendija no me hacen un testigo oficial.

FIN

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