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La Elección De María

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Aún no podía creerlo, pero quería verlo con sus propios ojos. Recorrió la tierra en un segundo buscándola, para llegar a una colina cerca del Mar de Galilea. Allí se encontró con una multitud que escuchaba pacientemente un sermón que él se sabía de memoria. No tuvo que hacer mucho para pasar entre todos ellos y encontrar los ojos que estaba buscando.

Nadie le veía, nadie era consciente de su presencia, excepto por aquellos ojos marrones que rápidamente lograron fijarse en los suyos, y vio una pequeña sonrisa en sus labios cuando su vista se apartó de él.

Esperó pacientemente a que el predicador terminara y aplaudió sarcásticamente ante semejantes ideas tan estúpidamente obvias. La hora de la comida llegó, y aprovechó el desorden para tomarla del brazo y esconderse a plena luz del día, como un par de asistentes más que platicaban tranquilamente.

—Así que aquí estás —murmuró hacia ella con un deje de decepción, que ella pudo captar pero decidió pasar por alto el reproche.

—También me alegra verte —respondió en un hilo de voz, mientras su mirada iba sutilmente hacia sus espaldas.

—No están viendo lo mismo que tú estás viendo. Y tampoco estarán interesados en lo que ven —aclaró con algo de molestia al verla tomando esas precauciones, aunque de cierto modo entendía el porqué. Para evitar tener que alzar la voz, se acercó a ella y suspiró decepcionado al ver su rostro y sus ropas. Peinó sus cabellos hasta acariciar sus mejillas, lo que hizo que ella recostara su rostro en su mano y cerrara los ojos en paz. No pudo evitar sonreír y volver a suspirar.

—Te ves diferente.

—Me siento diferente —respondió ella, y volvió a mirar en dirección del predicador y compañía. Él asintió, aunque no podía entender a qué se debía aquel cambio… Y no quería hacerlo.

—¿Y eso es bueno? —preguntó incrédulo, en lo que ella parecía querer reír por lo evidente que era para ella esa situación. Asintió y se acercó un paso a él.

—No lo entiendo —agregó él, apartando la mirada, con una molestia evidente en su tono de voz. Ella pasó su mano por su mejilla, atrayendo de nuevo la mirada masculina.

—Y no espero que lo hagas. Sólo pido que lo respetes.

Su tono de voz era tan calmo, sus ojos brillaban y una sonrisa pura estaba en sus labios. Él negó y apartó la mirada y la mano ajena de sí mismo.

—No, no puedo aceptar que... Sólo así, no más...

Sus manos pasaron por su cabello, desesperado, y volvió hacia ella para tomar las suyas e intentar calmarse.

—Te di todo, María. Y entre más te doy, tú más te alejas y me hieres, ¿por qué?

Ella cerró los ojos y se escondió en su pecho, buscando un abrazo de su parte. Suspiró y volvió a buscar sus ojos, para tomar sus mejillas y mirarle en silencio.

—No fue mi intención, querido. Jamás buscaría lastimarte, es sólo que...

Y entonces ella se fue apartando. Se fue apartando mientras se abrazaba a sí misma y parecía sonreír por algo que pasaba en su mente y ocultaba de él.

—... Te necesitaba, Lucifer. No lo voy a negar, llegaste a mi vida en un momento en que fuiste mi salvación y mi motivo de mil alegrías. Y todo lo que me enseñaste fue... Fue muy divertido al principio, no te lo voy a negar. Fue liberador, excitante... Jamás en mi vida imaginé que la vida se pudiera sentir tan... vívida —mientras ella hablaba, volvió la mirada hacia él y buscó nuevamente un abrazo, que ahora sí consiguió. Volvió la mirada a él y recibió el beso en su frente, para cerrar los ojos y borrar la sonrisa que todo el tiempo la había acompañado—. Pero luego toda esa sensación de gozo y alegría se esfumó, querido. A medida que todo se volvió más real, yo... necesitaba paz, mi querido Luz.

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Y fue ahí que se notó cómo la expresión ajena cambió. Su ceño se frunció y negó.

—Te lo dije cuando empezamos este camino, María. Te dije que la libertad tenía un precio y que sería muy caro... Y tú aceptaste —respondió ofendido ante lo que oía, pero ni eso lo hizo separarse de ella.

—Lo sé, lo sé. Jamás voy a poner en duda que fuiste muy claro conmigo... Y te agradezco tanto por eso. Por todo, en realidad. Pero simplemente no podía seguir viviendo así, ¿entiendes?

Ella no se separó de él, pero ya no estaba conectada a él, se podía sentir en el aire. Otro suspiro con los ojos cerrados por parte de ella, y un paso volvió a alejarla de él mientras le daba la espalda.

—No, no lo entiendo. Explícame —respondió sin moverse de su lugar. Estaba temblando.

—Vamos, Luz. Sabes bien a lo que me refiero. Entre más probaba, más costaba y... la presión, las miradas, el rechazo...

—No los necesitas, María. Sabes que nunca lo entenderán, que son demasiado idiotas para saber lo que tú y yo sabemos.

—Lo sé —le interrumpió justo como él había hecho antes—. Y sigo pensando igual, Luci. Sé que tienes toda la razón, sólo que... no soy tan fuerte —concluyó, volviendo a girarse hacia él, pero su cuerpo fue detenido por el de él, que ya la abrazaba con fuerza y parecía reclamarla como suya.

—No me mientas, no trates de engañarme, porque sabes que no podrás.

Y esa amenaza fue el límite para ella. Se separó de él.

—No puedo seguir siendo repudiada por todo el mundo, ¿no lo entiendes? Creí que podía, quería poder... Te juro que lo intenté porque creía firmemente en lo que me enseñaste, en lo que me mostraste. Pero ellos no están listos para verlo y yo no estoy lista para ser víctima de su ignorancia.

Lucifer iba a contestarle, iba a argumentar vehementemente que él iba a protegerla, que iba a luchar contra cielo, mar y tierra por ella. Pero fueron interrumpidos: la solicitaban en aquel grupo de hombres que seguían al predicador.

—Deberías darle una oportunidad, Luci. Escúchalo, conócelo, y verás que no es tan diferente a ti.

—¿El predicador?

—Se llama Jesús. No sabes cómo ha cambiado mi vida, cómo ha cambiado todo por aquí...

—Lo sé, ya lo conozco —respondió con un deje de ira, cortando de raíz aquella propuesta —Somos totalmente diferentes, María. No seas tan ingenua...

—No lo soy, Lucifer. Nunca lo he sido y es gracias a ti. Pero mantengo mi postura: creo que Jesús logrará marcar la historia, Luci. Es justo lo que tanto habíamos necesitado...

—¿Entonces? —volvió a interrumpir, harto de los halagos a su contraparte. De reojo pudo ver que los observaba, que Él sí podía ver la realidad tras sus engaños.

—Entonces he decidido seguirlo. Es todo.

—¿Es todo? ¿Qué significa, María?

Ella volvió a sonreír, tomándole de nuevo de la mejilla y respirando profundamente, con la paz que ni él ni nadie que conociera había sentido nunca.

—Eres muy listo, Luci. Sabes lo que significa.

Entonces solo asintió, pero se vio obligado a tomar la mano ajena y volver a buscar sus ojos.

—¿Y eres feliz aquí... así? —murmuró con desprecio, pero ella no pudo más que reír divertida y asentir con una sonrisa tímida. Él examinó su alrededor y no pudo sentirse tranquilo de lo que veía, de quienes veían. Negó, no quería rendirse. Los demás volvieron a llamarla y empezó a sentir la urgencia de ella por irse. Entonces suplicó en silencio que eso no fuera así. Que no podía ser toda la historia.

—Ven, Luci. Únete a nosotros. Conoce a Jesús, habla con él y escúchalo. Yo sé que si dialogan un poco, ustedes...

—No puedo estar donde Él esté.

—Lucifer, por favor... —respondió ella, incrédula por aquella negativa, pues ella sabía que él era el ser más abierto a nuevas ideas que jamás hubiera conocido. Pero él no parecía tan tranquilo o juguetón como siempre. Hablaba en serio. Ella negó ante lo que él estaba implicando con esa respuesta, para volver a girarse hacia sus compañeros y volver la mirada a él.

—No puedes hacerme esto, Luci. No puedes ponerme a elegir porque...

—Y tú no puedes mentirme, María. Así que adelante, dilo —respondió cortante, fulminante. Ella dio unos pasos hacia atrás, para volverse hacia él y negar. Lágrimas salieron de sus ojos, rodaron por sus mejillas en silencio y cayeron por su quijada. Y en silencio, él suplicaba que sus lágrimas fueran por el otro, por despedirse de eso que acababa de conocer... Pero podía leer las mentiras como si de un libro abierto se tratase.

—No tiene que ser así, Luci...

—¿Entonces te vas con Él? —preguntó casi como una súplica de que fuera elegido, de por fin ser el destino y no el camino. Ella se giró, miró fijamente aquel campamento donde se oían risas y charlas animadas. Sonrió, parecía que se despedía, eso era lo que él quería ver, casi pudo sentir que ella recapacitaba.

—Es Él, Lucifer... Siempre va a ser Él —respondió ella. Y entonces todo quedó claro.

Al girarse, ella estaba sola en aquella pequeña colina.


Esa fue la última vez que ambos se vieron.

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FIN

 

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