top of page

Creador Creado

ree

—¿Algo más, señor?

—No, eso sería todo…

—Bueno. Esta es su factura y que lo disfrute.

El carpintero sonrió emocionado y salió del lugar, no podía esperar más por su nueva creación. Había planeado esto por tanto tiempo que no podía creer que ya fuera real. Suspiró ansioso todo su camino a casa, mientras sus manos acariciaban con lentitud la madera en su regazo. Casi podía sentir como vibraba y suplicaba ser tallada por él, esperando ansiosamente dejar de tener aquella simple forma de tronco. La madera rogaba ser arte y el artista estaba dispuesto a obedecer sus deseos como órdenes.

Después de llegar a casa, el carpintero ni se molestó en perder tiempo en banalidades y corrió a su taller para poder empezar a trabajar. La madera tocó con suavidad la mesa del taller, mientras los nervios carcomían a materia y creador en cada corte. Cada herramienta acarició con cuidado la madera, dándole forma en delicados movimientos hasta que su cilíndrica figura quedó en el olvido. El carpintero trabajó sin descanso ignorando la hora, la comida, el baño y el sueño, pues la musa Claudel le había poseído y no podría detenerse hasta su partida. Camille no parecía estar satisfecha hasta desgastar el cuerpo del carpintero y dejarlo en el borde que lo mantenía vivo. Terminada la obra, Camille vio reflejado en la madera ya tallada a su L'Age mûr y, rindiéndose ante las precarias capacidades del carpintero, abandonó su cuerpo dejándole aquella amarga sensación al hombre.

Rendido y a punto de caer profundamente dormido, el carpintero aprovechó la partida de la musa para admirar un poco la obra, echarle un pequeño vistazo. Era una pequeña marioneta hecha con delicados trazos y cortes. La madera había perdido su apariencia rígida y ahora parecía tan suave como la caricia de una joven doncella inocente. Su mano tomó los hilos de la marioneta con emoción y la miró casi hipnotizado, sin poder creer que esa pequeña e inerte criatura pudiese despertar la angustia y el dolor con la que fue creada. Su último recuadro fue aquella inocente y tierna marioneta puesta suavemente en la mesa y con sus ojos fijos en los del carpintero hasta que se cerraron.

El cuello le dolía, sus huesos no estaban acostumbrados a reposar sobre un material tan duro como la mesa de trabajo y sus músculos clamaban un poco de comodidad en la cálida y cómoda cama del segundo piso. La musa no había terminado, no podía permitirse dejar su obra en ese estado y no pretendía terminar con el creador a lija. El cuerpo humano era demasiado frágil y efímero para soportarle, por lo que tendría que improvisar. Aprovechó el sueño del creador para guiar sus pensamientos a su meta final.

Sin embargo, la marioneta parecía también tener otros planes. Confundida y asustada en la oscuridad de un taller que no conocía, buscó algo para recobrar la calma de su pasado antes del carpintero. Con dificultad, utilizó sus piernas para recorrer el sitio sin estar seguro de lo que veía, pues era la primera vez que esos ojos chocaban con las maravillas que el carpintero guardaba en su taller. Caminó por la larga mesa de caoba, donde fue vilmente abandonada a su suerte, y saltó hacia una enorme madera de roble lisa y delgada. Sus cálculos fallaron y cayó aparatosamente en el suelo después de sufrir un golpe representativo en su ser. La madera se desplomó sobre la marioneta, un montón de pinos radiatas le cubrieron de pies a cabeza, cruelmente transformados en una materia blanca y delgada, con garabatos negros sobre su maleable superficie. La marioneta huyó despavorida, aquellos pinos debieron haber sufrido una muerte dolorosa para ser aquellas páginas de libros que la marioneta no conocía. Sus movimientos eran torpes y precarios, no sabía cómo manejar sus hilos.

ree

El carpintero tenía todavía aún más cosas, demasiadas para que la marioneta pudiera reconocer alguna de ellas. El taller entero estaba atiborrado de creaciones inertes bajo el polvo y adornos exóticos, aguardando por una palabra que los identifique como objetos existentes. Para la marioneta, nada de esto existía hasta que su cabeza lograra ponerles un nombre, crear un vínculo que le recordara qué era y para qué. Sus ojos recorrieron el taller, esperando que alguien le rescatara de aquel lugar lleno de sus viejos amigos muertos. Su propia existencia la ponía en duda, pues no recordaba aquella forma que ahora tenía. Era tan parecida a sus captores que se sentía asqueada de sí misma, era una versión deformada de la maldad, ¿era maldad?

Al fondo contrario a donde despertó, una gigante estructura de caoba con una incrustación más pequeña de un material desconocido para la marioneta le llamaba. Curiosa por aquel soplo de vida, la marioneta puso sus torpes hilos en marcha a aquel lugar, para abrir lo que después llamarían puerta y encontrar una avalancha de objetos desconocidos. Siguió su recorrido mirando tantas cosas brillantes y delicadas que se agobiaba. La marioneta sólo sabía de madera, porque madera fue y en madera se había convertido. Nada se movía como ella lo hacía, la marioneta parecía ser única entre tantas cosas idénticas e inertes. Le daba lástima ver todo aquello tan quieto y muerto, como si una cruel daga los hubiera condenado a ese destino de por vida, aunque no estaba segura si la condenada era en realidad ella. De todos modos, ellos no tenían consciencia del vegetativo estado al que habían sido condenados, ella sufría por ellos al haber adquirido la inteligencia que nunca pidió. La marioneta, sola y sin nombre, se arrastraba ante todo lo pacífico y bautizado agobiada por su destino.

De pronto, el carpintero empezó a dar nuevos signos de vida. La marioneta intentó escalar aquellas escaleras de ébano que se interponían entre ella y el segundo piso, pero la tela sobre ellas no le permitía ascender. Frustrada y asustada de sí, rompió en llanto esperando consuelo de algún alma caritativa que volviera a traer la paz a su torturada alma. El carpintero despertó segundos después enfundado en su traje de artista, admirando al final de los hilos aquel pequeño ser hecho un ovillo envuelto en tristeza. Ante él, la marioneta se impulsó de nuevo al taller para ubicarse en su mesa de caoba, pero los pasos del carpintero le ganaron la carrera y pronto la separaron de aquella madera teca que escondía sus pasos.

—¡Marioneta mía, creación mía! ¿por qué has osado escapar del taller en la oscuridad de la noche tan sola y tan triste como te he encontrado? ¡Marioneta mía! ¡creación mía! —murmuró el carpintero para , al fin, darle una posición decente a la pequeña criatura.

La marioneta aguardó a volver al taller para pronunciarse ante el ser que lo trajo al mundo. Recostada en el pecho del carpintero, escuchaba un latido constante que no podía identificar porque nunca lo había escuchado.

—¡Me has abandonado a la deriva en este el taller tuyo y no supe qué hacer! ¡He tenido tanto miedo, creador mío!

—Y te has lastimado, por lo que veo. Has causado grandes destrozos en este lugar.

La marioneta bajó su mirada y negó

—No han sentido mis manos, ni mi cuerpo ni nada. Todo lo que tienes aquí yace tan frío y solitario como lo de afuera.

—¿Acaso no te gustan mis creaciones? —cuestionó intrigado ante sus palabras, mientras limpiaba los rayones que la caída habían ocasionado en la madera. La marioneta se replegó sobre sí misma y se recostó con su pequeño oído sobre la caoba. El carpintero suspiró y levantó nuevamente el librero, para acomodar todo en su puesto y esperar por la marioneta.

—No, no me gustan.

—¿no te gustas a ti mismo?

—no, no me gusto.

—¿en qué he fallado para que me digas eso, marioneta mía?

La marioneta quería volver a su esencia primaria, a su lugar de origen lejos de aquel frío e inerte taller. Suspiró negando y se sentó.

—¿para qué he sido creado?

—Bueno, eres una marioneta. La idea es que seas un personaje para los niños…

—¿los niños?

—Son como yo pero tienen tu tamaño.

—¿Y si no es lo que quiero para mí?

El carpintero se sentó frente a su marioneta, la pequeña lucía tan confundida y triste que su corazón se quebró junto al dolor de su pequeña criatura e intentó unirse a ella.

—Tendrás que conocer tu función para luego despreciarla —comentó al fin a la pequeña criatura, que resopló y volvió a recostarse.

Será cuestión de tiempo para que la marioneta aprenda a vivir en sociedad y se acople. Sin preocupación alguna más que mantenerse intacta, la marioneta crecerá en mente y espíritu junto al carpintero. Aprenderá y sufrirá por igual, recibiendo las cadenas del conocimiento que todo ser racional debe aceptar con gusto. El carpintero le guiará hasta que sea una infeliz marioneta madura y sabia.

Por ahora, la pequeña está aprendiendo lo básico para ser una buena marioneta: aprende a escribir, a leer, a contar, a expresarse, a comer con cubiertos, bailar. La marioneta aprende a reír falsamente, aprende a callar cuando debe, a utilizar expresiones que alegren al mundo. La marioneta aprende a conducir, aprende a vestir con elegancia. Poco a poco, el carpintero dejó atrás sus antiguas ocupaciones para encargarse de la marioneta y mantenerla como el pequeño intelectual que tenía que ser. Su taller fue adecuado para la estadía de la marioneta, pues se negó a utilizar las habitaciones de la casa argumentando que no podía permitirse la humillación de pisar madera blanda e, incluso, dormir en ella. Prefería su mesa de caoba bellamente decorada y reformada para su total comodidad, junto con un librero que ya ocupaba toda la pared hasta la puerta también de caoba. Todos aquellos libros habían sido devorados por la pequeña creación, volviéndose un intelectual de primera categoría. Ya sabía expresarse con elocuencia y utilizar el vocabulario apto que la alta sociedad exigía. Con la madera que lo caracterizaba, la marioneta ya era toda una criatura reformada y lista para ser conocida por los altos mandos.

—¡Carpintero, carpintero! He sido muy paciente con mi presentación ante la sociedad, pero me temo que ya considero mi espera exacerbada e innecesaria. Sugiero que tan pronto como sea posible, se me de mi apropiada presentación ante los míos.

El carpintero lo dudaba, no sabría cómo explicar su aparición y menos sus dotes de Marioneta viviente ante sus amigos y familia, pero la marioneta cada día insistía más con una tertulia en casa para presentarse.

—Tengo tanto derecho como tú de pertenecer a esta mi patria y merezco un tratamiento apto en calidad de Marioneta viviente.

Reclamó cierto día mientras el carpintero inauguraba la hora del té con la Marioneta. El silencio del hombre le exasperó a punto que decidió prescindir de sus modales y golpear la delicada vajilla con su cucharita de plata. Aunque ya había conseguido algunas salidas fingiendo ser una marioneta cualquiera, la Marioneta requería hacer galantería ante todos y mostrar su calidad intelectual y sus dotes.

ree

—¡Carpintero! No conozco más discursos o palabras para endulzar tu oído y llevarte a organizar mi preciada tertulia. Me he visto en la penosa tarea de escribir una a una las invitaciones a nuestros contactos, en vista que he sido ignorada con mis requerimientos.

—¡Marioneta mía! ¿cómo has tenido tal atrevimiento para conmigo, que te he dado todo?

—Si piensas atribuir tus deberes para con mi persona como favores, has caído en el error. Deberes eran, deberes son, deberes serán.

—pero ¡qué osadía! ¿Insinúas que mis amorosos cuidados eran una obligación? ¡vergüenza deberías sentir ante semejante altanería de tu parte! ¡conmigo, que te he dado la vida!

La Marioneta se acercó al carpintero con paso tranquilo y aclaró su garganta.

—He sido yo quien te ha dado la vida.

—¿pero qué locuras dices?

—Carpintero… Son los míos quién te han dado todo, tu casa, tus pieles, tus ropas, tus muebles, tu coche, tus puertas, tu escalera y hasta tus horribles habitaciones. Cada adorno, diminuto y gigante, han sido míos y sólo de los míos. Tú, vil criatura, has decidido arrebatarnos y convertirnos en esto.

—¡Es bien sabido que has caído en un error fatal, Marioneta mía! Ha sido el talento de mis manos y el esfuerzo de mis brazos quién han convertido los tuyos en valor.

—Carpintero, Carpintero eres porque nosotros te hicimos carpintero. Las maderas que me dieron vida y que cubren tu casa y tu taller te han hecho carpintero. Soy yo quien te dio la cúspide de tus trabajos, precarios y descuidados, con mis curvas perfectas y mi solidez inigualable. Mis trazos delicados y mi tallaje milimétrico causaría la mayor de las envidias en Miguel Ángel o Auguste Rodin. Yo te saqué de ese deplorable estado de mueblista para convertir las manos tuyas en dignas creadoras de algo como yo.

El carpintero, ya enfurecido con las palabras de su creación, tomó a la Marioneta por una mano y la arrastró hasta el taller, donde descansaban sus antiguas herramientas.

—¡Miserable malagradecido! Han sido estas manos mías que han tomado estas herramientas, mías también, para crearte y darte forma. Esto eras antes de mi ¡Esto eras! —comentó con un pedazo de tronco que había quedado de la construcción de la Marioneta. Ésta, sin inmutarse, tomó la madera y le miró con una sonrisa socarrona.

—Bien, quisiera admirar tu proceso de mi creación ante mis ojos. —Comentó finalizando con un suspiro, a lo que el creador acercó su mano a la madera. —No, hazlo sin nosotros.

—Bien sabes que necesito la madera.

—Alardeabas que me debo de entero a ti para existir, ahora demuéstralo.

—¡La madera sin mí es sólo madera, no marioneta!

—El carpintero sin mí es sólo hombre, no carpintero.

—¡Ya es suficiente con tus palabras!

—¡Quieres que me porte como un Augusto Pérez ante ti pero me he decidido por representar un decidido y mejorado Víctor Goti ante ti! —La Marioneta intent… No, ya tu no vas a seguir con esto, es hora de que dejes de mirar. Yo soy la Marioneta, yo soy quien merece continuar. Pero, Marioneta… Yo soy quien narra la historia. Usted no es más que el ojo tras la cerradura que cuenta lo que le conviene contar. Esta es mi historia, yo me encargo.

El carpintero creyó que me era indispensable, pero soy quién le dio lo que tenía. La Marioneta lo creo como artista, pues sus obras vacías y muertas no representan nada frente a los ojos correctos. El público cegado cree que cualquier martillazo y lijada uniforme puede ser apreciado, pero estoy seguro que tanta ignorancia junta no podía reconocer una Venus ni aunque les abofeteara.

Por tanto, es hora de irme, de encontrar otros cielos y otros ojos que sepan apreciar mi verdadero valor y reconozcan en mi mis riquezas.

—Pero Marioneta, Marioneta mía… No puedes simplemente partir y dejarme sin ti. ¿Qué será de mi sin ti después de todos estos años juntos?

Tú, Carpintero, has escupido sobre mi persona. Has tomado lo mejor de mi para tu beneficio, pero no me has dado lo que, por derecho, he de ganar. Mueves mis hilos a tu antojo y lastimas mi ser con tanta crueldad que el ser humano, en todos su años de existencia, no podría imaginar.

—Pero Marioneta, he estado a tu servicio tanto como he podido…

No merezco tus ásperas y callosas manos en mis hilos, ni cerca de mi existencia. Ahora, he de volar libre al mundo que Marco Polo ha creado para mí y mis hilos continuarán sus aventuras libres.

Y tan pronto como la marioneta se soltó, la mano y la voz del carpintero fueron liberadas, volviendo la marioneta como aquel pequeño pedazo de madera tallada tirado en el suelo. El carpintero al fin era uno, uno solo sin la marioneta presente. Despertando, corrió por el martillo y acabó con lo que quedaba de la pequeña marioneta, mientras entre gritos y lágrimas lamentaba su pérdida y suplicaba piedad a grandes voces. Pero ni Camille pudo volver a intervenir, el carpintero ya había despertado.

ree

FIN

Comentarios


bottom of page