MATTHEW D'AVIANO
- Camila Alejandra Sarmiento Espinel
- 14 ago
- 13 Min. de lectura
𝒫𝓇𝒾𝓃𝒸𝑒 𝒥σα𝒸нιм Ƙαяℓ-ℳαттнєω Ɲιкσℓαυѕ ℳαя𝒸υѕ ∂'𝒜νιαησ
➩23 años
➩ғᴜᴛᴜʀᴏ Aʀᴄʜɪᴅᴜϙᴜᴇ ᴅᴇ Aᴜsᴛʀɪᴀ-Esᴛᴇ
➩Cɪᴇɴᴄɪᴀs ᴘᴏʟɪ́ᴛɪᴄᴀs ʏ ᴇᴄᴏɴᴏ́ᴍɪᴄᴀs
—Bien, una más. —el niño negó poniendo la cuerda entre sus dolidos dedos, para intentar ubicar nuevamente la flecha en el mango y tirar una flecha más. Tensó la cuerda con el dolor dibujado en el rostro, para soltar la flecha con un grito ahogado y tirar el arco con rabia. Abrazó sus manos mientras negaba ante los sirvientes que se acercaban presurosos y dirigirse al mayor.
—¡Maldición, Matthew! —gritó el otro corriendo hacia el joven e interceptándole en su camino, para evadir sus toscos movimientos mirando el líquido rojo cubrir las manos ajenas. Sin permiso del joven, tomó sus manos para admirar las profundas heridas que tenía el niño, que buscaba desesperadamente ocultar sus manos.
—Maldita sea, ¿por qué no me dijiste de esto? Ugh, a veces olvido lo pequeño que eres —Matthew gruñó alejándose del mayor, mientras este quitaba su carcaj y lo tomaba por la muñeca para llevarlo adentro. No hubo más gritos y lloriqueos en aquel palacio como aquel día, donde los pequeños dedos del niño yacían completamente abiertos y siendo cosidos por el médico real. Todo ese trauma sólo tuvo unos ojos alentadores, su hermano mayor le miraba culposo pero esperanzado mientras se mantenía justo a su lado y acariciaba su cabello.
—Bueno… Creo que esto merece robar algo de helado en la cocina ¿te parece? —comentó después que el médico se retiró, para adelantarse a la cocina con una sonrisa, mientras el niño se animaba más tímido tras de él, pero divertido por dicha idea. Aquel día marcó su memoria, pues su mente no recordaba momento más traumático en su infancia que ver sus manos completamente bañadas en sangre y sus músculos al aire. Su hermano, su queridísimo hermano mayor siempre estaría ahí, o eso entendía.
Unos años más tarde, dicha experiencia había quedado como un recuerdo borroso de su infancia, pues ahora la práctica le había ayudado a superar los errores de cacería. Ahora corría por el bosque cercano a su casa escapando de sus hermanos, mientras buscaban algún ave despistada por cazar. Un silbido agudo sonó a su derecha, lo que anunciaba la cercanía de uno de sus hermanos. Corrió divertido escapando de las flechas que volaban a su alrededor, para girarse rápidamente y devolver el ataque.
—¡Agh, imbécil! —se oyó a lo lejos, mientras la detonación de un arma le avisaba al hermano menor que el juego terminaba. Matt se acercó divertido a la flecha de goma que se mostraba adherida a la espalda del joven.
—Eso es traición, Matt. Me disparaste por la espalda ¿cómo confiar en alguien así? —comentó levantándose con calma, para alcanzar la flecha, era inútil. El joven cazador quitó la flecha aún en medio de risas, mientras el más pequeño se acercaba corriendo algo confundido. —Miren, jugar con ustedes es horrible. Renuncio —comentó tirando el arco y el carcaj a los pies de sus hermanos mayores, para llamar a uno de los sirvientes por algo de agua y comida. El menor de los mayores rodó los ojos ante la actitud infantil de su hermano, mientras dividía su ración para compartirla con el mayor. —Aemulor —susurró con pan en su boca, mientras los otros le miraban confusos.
—Bueno, pueden pelear todo lo que quieran, par de niños llorones… O pueden escucharme. —los otros miraron al mayor algo atónitos, mientras se sentaban en el césped viendo al joven que sonreía cortés y suspiraba ante el par de ojos que esperaban sus palabras.
—Pues… Tendremos nueva señora d'Aviano en la familia… Elizabetta y yo nos vamos a casar —comentó mordiendo su labio, mientras los otros dos gritaban levantándose del suelo y se ubicaban frente al joven. Matthew tenía una especie de confusión emocional, pues sabía que su hermano sería muy feliz al contraer matrimonio. Sin embargo, la idea de alejarse de su hermano tan repentinamente le había dejado un vacío.
—¿Todo bien, Matty? —comentó su hermano mientras se devolvían en los caballos, el joven d’Aviano aún no controlaba su equitación, por lo que iba un tanto más atrás junto con el instructor. —Hey, ¿Estas bien, Matthew? —susurró acercándose lo suficiente para ser escuchado y mantenerse en su caballo.
—Si, si… Sólo que no lo esperaba —se aclaró la garganta mirando levemente a su hermano, mientras afanaba un poco el caballo frunciendo el ceño —Y ahora te irás… Supongo. Formarás un familia, tendrás hijos y…
—¿Insinúas que te abandono?
—¿Qué? No, claro que no… Sólo es obvio que estarás ocupado en tus asuntos.
El joven le interrumpió adelantando su caballo y poniéndole enfrente, mientras vigilaba al más joven a la distancia.
—Eres mi hermano, Matt… El chiquito. No te librarás de mi tan fácilmente, ni aunque quieras —susurró divertido, pero aquellas palabras se marcaron en el corazón de Matt. Contaba con él, como aquel día que había marcado sus manos con levedad. Sonrió asintiendo, mientras el mayor guiñaba uno de sus ojos y reía adelantándose.
Otro día memorable, una cabalgata y cacería con sus hermanos… Lástima que fuera el último.
La boda real ya estaba lista, el duque de Lorenz pronto cedería su puesto a su hijo mayor, Amedeo Joseph Philippe Marcus d'Aviano. Además, las finanzas decadentes de un reino caído conservaban esperanzas en esa boda, por lo que nada parecía surgir mejor para la familia real de Bélgica como aquella época. La armoniosa melodía del piano interpretado por el siguiente en la línea, el joven Matthew llenaba aquel ambiente festivo. El más pequeño de sus hijos parafraseaba en un violín con delicadeza. El duque ya era un hombre viejo, por lo que aquel tiempo de artística tranquilidad junto a los más jóvenes de la familia significaba más de lo que todos esperaban; sin embargo, la música cesó abruptamente y una copa se estrelló en el suelo estrepitosamente ante tal noticia. Matthew sintió como su corazón salía del pecho, las teclas del piano desafinaban y el oxígeno se acabó para los tres varones belgas que miraban atentamente.
—¿Cómo que desapareció? —susurró el duque llamando al menor de sus hijos para ayudarle a levantarse y caminar hacia el joven trabajador de la casa real que había tenido el infortunio de anunciar la noticia.
—S-si señor. El joven príncipe debía estar en el salón de eventos hace una hora y media, pero nunca llegó. Su chofer fue a buscarle donde debía recogerle y tampoco estaba, lo hemos intentado contactar todo el día y… Y lamentablemente no aparece por ningún lado.
Y no importó cuantas estrategias implementara el duque para traer de vuelta a su hijo, la fecha de la boda pasó, junto con una cantidad ínfima de días que mermaron la esperanza. Cada día, el joven sucesor venía con la sangre en sus tobillos esperando una respuesta nueva por la guardia, y cada día volvía a su habitación con las mismas palabras “Sin noticias”.
—No quiero ser intenso, padre… Pero me veo en la necesidad. Ya llevamos demasiado tiempo sin Amed… Sin el príncipe Amedeo. ¿Qué sigue? ¿Qué haremos ahora? —El duque dejó sus cubiertos mirando a su esposa levemente, mientras esperaba que ella tuviera una idea mejor que la desesperación que él sentía producto de la ansiedad ajena.
—Querido Matthew… Tu padre y el equipo están haciendo todo lo posible para encontrar el paradero de tu hermano… Todos sabemos lo imprescindible que es encontrarle y consumar su matrimonio.
—¿Y no has pensado que puede estar en problemas? ¿Cómo puedes mencionar su boda en un momento como este? No tenemos idea si Amed sigue vivo o no… N-no sabemos nada de él. ¿Entienden que es su hijo primogénito el que desapareció? —Y aunque la ansiedad y la tristeza se lo carcomían, el chico habló con calma y esforzándose por mantener la compostura. Sin embargo, sus palabras fueron duras, su padre se levantó mirándole enojado y se acercó a su hijo con perversa fiereza.
—¿Acaso eres capaz de insinuar que no nos interesa saber de nuestro hijo, Joachim Karl-Matthew Nikolaus Marcus d'Aviano? —el joven tragó saliva al escuchar su nombre completo, mientras su mirada pasaba por la familia y negaba.
—Quiero soluciones, padre. Quiero… Quiero a mi hermano de vuelta— susurró apretando los puños con ira, para golpear la mesa y atacarse a llorar desconsoladamente. Definitivamente, nadie en la familia podía comprender lo que aquella pobre y solitaria alma había pasado en aquella agonía. Matthew empezaba a perder los estribos, su educación se desmoronaba entre las grietas de la pérdida y disipaba el control como agua entre sus dedos. Aquellos ataques continuaban, el chico parecía enloquecido cada vez que el príncipe desaparecido o su simple idea era mencionada. El chico se perdía horas enteras con la mirada perdida y los ojos cristalizados.
—Matthew.. Hermano —el pequeño Friederich se acercó a su hermano asustado ante la sangre que le rodeaba. El chico temblaba y lloriqueaba, admirando sus brazos abiertos entre plegarias en latín. —¡qué has hecho? ¡Qué has hecho? —Friederich intentó llamar a los guardias, pero su hermano se aprovechó de su fuerza para callarlo y dejarlo unos minutos inconsciente en el suelo. —¡Lo siento, lo siento. Fredy, lo siento! —susurró abrazándole, mientras se mecía suavemente en el suelo. Últimamente, su vida era un caos gracias a descontrol y locura.
La gota que colmó el vaso surgió aquel día que la cena familiar se convirtió en un infierno. Las cenas familiares eran tensas desde la desaparición del hermano mayor, pero aquella era especialmente inquietante. Friederich había caído enfermo debido al estrés, por lo que su aspecto dejaba mucho que desear ante el resto de la familia. La inestabilidad de Matthew no parecía ayudar, lo que lo mantenía aún más descontrolado por la culpa.
—Matthew, querido… Tu padre tiene una noticia muy importante para ti —sonrió ampliamente, pero el rostro de la madre estaba tan demacrado e inquieto como el ambiente familiar. Aquella noticia no fue más que una bofetada. El duque no tenía opciones económicas, la quiebra estaba a un paso de distancia y la desaparición del príncipe Amedeo no había traído más que deudas.
—Por ello, hijo mío… Queremos darte el honor de contraer matrimonio con la bella Elizabetta como heredero de tu hermano. —y su mundo se hundió, los sirvientes tuvieron que controlarlo en medio de aquel ataque de nervios producto del descontrol de sus emociones. Pánico, angustia, traición, dolor. Sentía todo tan fuerte e intenso que creía morir. No podía creer que en medio de tanto dolor, su padre no pensara en nada más que traer el siglo XIV de vuelta y entregarlo a la prometida de su hermano por finanzas. Sentía odio, legítimo odio por su progenitor y todo lo que refería a él, odiaba a su madre por no defenderlo ante tan atroz idea, odiaba a Freddy por ser tan pequeño y no suplirlo, a Amed por desaparecer. No tenía otra opción, no veía otra opción.
El día de la boda llegó, en el palacio estaban lo suficientemente distraídos para fijarse en el novio. Matthew estaba decidido, tenía todo minuciosamente calculado. Habían unos minutos, un corto tiempo que le brindaban de intimidad, aquel pequeño instante en donde siguió los pasos de Amed. Los minutos pasaron, la puerta no se abría, la hora de la boda llegó y los sirvientes corrieron histéricos a decirle la noticia al Duque. El príncipe Joachim Karl-Matthew Nikolaus Marcus d'Aviano había desaparecido.
Había llegado ese momento en el que un hombre tiene que hacer lo que tiene que hacer. Y con todos los lujos que tenía en su casa, no pudo reprimirse en esos momentos.
Por tanto, alistó todo lo que necesitaba para ese momento, comió un poco y tomó todo para dirigirse a la sala
de proyección.
Caminar por su casa era un proceso bastante solitario, quería ignorar que se sentía tan solo y vacío gracias a un lugar en donde se sentía presa. Pero ese momento no era para deprimirse, era hora de disfrutar. Por tanto, se aproximó emocionado a la sala de
proyección y abrió la puerta sin darse cuenta que estaba ocupada. Fue cuando se encontró la pantalla prendida que quedó en shock y se chocó con la mirada aterrada de su hermano menor que buscaba desesperadamente los controles de la pantalla.
—¡¿qué mierda, Freddie?! —gritó
tirando todas sus cosas en una de las sillas mientras buscaba las luces del lugar intentando no mirar la pantalla o a su hermano. Y, cuando la pantalla se apagó, las luces también se prendieron y el silencio se instaló entre ambos.
—¿Eso era...?
—Si —respondió su hermano
cortando rápidamente la pregunta para hundirse en la silla casi llorando. Entonces fue cuando Matt suspiró y sólo se acercó hasta la última silla que había en la misma fila donde estaba sentado su hermano menor.
Sin mucha idea de qué hacer, volvió a los controles de la luz y dejó la sala en total oscuridad para volver a sentarse. No sabía qué decir, qué era lo más adecuado o algo que él en la posición de su hermano quisiera escuchar.
Suspiró y lo miró de reojo, para tomar la hamburguesa que había traído para él y ponerla en la mitad de la fila a que él se acercara y la tomara.
Y así hizo, se acercó y tomó la hamburguesa, para sólo empezar a comer hasta la mitad.
—... Gracias. —susurró entre dientes, para volver a instalar un silencio que incomodaba a los dos.
—... ¿Por qué?
—¿Por qué qué?
—... Es... Es la puta sala de proyección, ¿por qué no haces como todos y usas la compu en el cuarto con llave?
Y entonces su hermano se echó a reír, para mirarle de forma condescendiente.
—¿y a qué venías tú? —preguntó de forma picante con una risita divertida. El hermano mayor era ahora el que se encogía en su silla, para que ambos terminaran riéndose bajito.
—...Entonces...
—Sí.
—Ah.
—¿sólo vas a decir eso?
Matt se encogió de hombros y fue a por las papitas fritas. Freddie se irguió y le miró un segundo.
—... No.
—¿qué?
—No luces sorprendido, ¿por qué no estás sorprendido, Matt?
El otro se encogió de hombros, para reírse un poco y voltear a mirarle.
—¿y por qué quieres que esté sorprendido?
—No sé, ¿qué quieres que diga? —pregunta ahora con más risa que incomodidad. El otro parecía estar al borde de los nervios.
— ...¡No sé! Regáñame o algo.
—¿por qué te regañaría? Mi única queja es que lo hagas con la puta puerta abierta. ¿qué habrías hecho si entraba papá, mamá o Dennis?
—... ¿Hablas en serio? —murmuró con una risa divertida, para contagiar al hermano mayor.
—Digo, que seamos de la realeza no quiere decir realmente vaya a molestarme que...
—No lo digo porque no me regañaras, lo digo porque realmente creíste que mamá o papá estarían por aquí viendo qué hacemos. —respondió entre risas. Entonces, después de hacer de sus traumas un chiste para ambos, volvió a instalarse el silencio.
— ... Entonces...
—¿Qué?
— Nada. —respondió el pequeño hermano.
—¿Que si soy gay? No, no lo soy.
Freddie asintió, aunque se notaba bastante decepcionado con esa respuesta.
—... Al menos no del todo. —agregó.
—¿cómo que no del todo?
Pero no le respondió, apenas se acercó y tomó los controles para darle play a la película y volver a su silla.
—¿vamos a... vamos a hacer esto?
—Es como estar en el orinal.
—¿En el orinal?
—Sí, sólo haces lo tuyo y no miras al de al lado.
Y no podía argumentar contra esa lógica. Ambos se sentaron viendo hacia la pantalla mientras cada uno se encargaba de lo suyo. Y lo hicieron, vieron toda la película hasta que ambos llegaron al clímax y se encargaron de limpiar lo que habían ensuciado.
—... ¿Eso no fue incesto?
—¿Incesto?
—Sí, Matt. Lo que acabamos de hacer... Mierda, Matt.
—Cálmate, ¿por qué eres tan paranóico todo el tiempo? —Matt rodó los ojos y simplemente se subió la bragueta.
—Es sólo que... Estamos haciendo todo mal, Matthew.
—¿todo mal?
—Piénsalo, somos de la realeza y deberíamos...
—A ver, hay muchas cosas que deberíamos hacer y nadie hace desde hace un siglo, hermano. Empecemos porque nuestra familia no debería existir desde hace más de 4 siglos, pero aquí estamos: siendo príncipes y viviendo en un castillo.
—Tienes razón... —respondió el chiquitin después de un segundo, para girarse un poco con una sonrisa pícara. —¿Eres virgen?
Y el otro apenas rió negando.
—Llevo dos semestres sin vivir en nuestra jaula, hermano. Virgen es lo menos que soy ahora.
Y entonces se vinieron una avalancha de preguntas en las que Matt no podía contestar sin reír incómodo.
—No puedo creer que tú y yo hayamos tenido sexo gay y no hayamos hablado de eso en todos estos años... —Concluyó el mayor de una forma tan seria que Freddie no pudo más que verlo sin dar crédito a lo que decía.
—Eso sonó tan... taaan mal.
Y si ya se habían pajeado en compañía, ¿qué podría ser peor?
Estaba alistando su maleta, tenía muchas cosas que empacar porque no iba a pasar otro semestre sufriendo sin sus lujos. Entre una cosa y otra, una voz gruesa le hizo saltar de su lugar en un grito muy poco masculino.
—¿Qué haces? —preguntó su padre desde la puerta de su
habitación, en lo que miraba las maletas del chico y el desorden.
—Mier... Ugh, papá. Tienes que tocar, casi me matas del susto. —respondió mientras intentaba recuperar el aliento, cayendo en su cama del susto.
—¿Qué haces? —volvió a preguntar señalando sus maletas.
—Estoy... Umh, estoy empacando —respondió como si no fuera evidente, para volverse a levantar de la cama y seguir empacando la ropa que ya tenía doblada.
—¿Empacando para dónde y con qué autorización, Joachim?
El joven príncipe frunció el ceño, para mirarle un momento y detenerse por completo en sus acciones.
—Es... No pensé que necesitaría autorización para ir a la universidad. —respondió totalmente confundido, intentando decidir si seguir o no.
—¿Y para qué vas a ir a la universidad ahora? —volvió a cuestionar algo impaciente, lo que hizo que el más joven tomara el aliento y tratara de entender lo que estaba pasando.
—Bueno, porque la facultad recomienda regresar al campus una semana antes del ingreso a clases para acomodar tus cosas, conocer a tu compañero de cuarto... Eso.
—¿Cómo? ¿Ya entras a la universidad de nuevo?
El joven príncipe simplemente asintió e intentó volverse a poner de pie para seguir con lo suyo.
—¿Pero no eran 3 meses, Joachim? —preguntó después de un silencio en el que el más joven intentaba volver a lo suyo, por lo que suspiró algo agotado del interrogatorio y volvió a mirarle.
—Si, fueron 2 semanas de mayo, junio, julio y 2 semanas de agosto. —respondió sabiendo que, aunque era obvio, eran cosas que tenía que aclararle especialmente a su padre.
—¿estás aquí desde mayo? ¿Y por qué no fui informado de este tipo de cosas?
Matt se encogió de hombros, no era su tarea hacer eso, volvió a empacar su maleta en silencio.
—¿Y... Cuándo te vas? —preguntó el duque en un tono visiblemente descolocado. No era su fuerte el hablar con sus hijos.
—El viernes. Para llegar el sábado y descansar el domingo. Ya luego el lunes empezaría a... —terminó la frase con un ademán que indicaba lo que evidentemente iba a hacer.
Su padre asintió, sacando su teléfono para revisar varias cosas en lo que Matt terminaba con una de las primeras maletas.
—¿Ya cenaste, Joachim?
Matt levantó la mirada y volvió a fruncir el ceño.
—No— respondió algo confundido, mirándole mientras esperaba que levantara la mirada del teléfono.
—Bueno... Yo creo que... —un silencio se hizo entre ambos. —Dame un momento. ¿Si? ¿Hola? —habló al auricular que siempre tenía en el oído. —No, tengo planes a esa hora, sí. Ujum. ¿y no se puede planear otro día? No, no. Es que tengo un plan, pero... Ujum.
Pues posponlo hasta las 2 y media, sí. Pues me tendrán que esperar, mi hijo del medio ya se va a la universidad y... Ajá, entiendo. No, llego a las 2 y media.
Y colgó.
Matt lo miró extrañado, no recordaba un día en el que su padre pospusiera algo por él. Inmediatamente sintió miedo, algo había hecho para que su padre tuviera que estar con él.
Y pensó en todo lo malo que había hecho en esos 3 meses, organizándolos desde lo más malo hasta las nimiedades.
—Bien, entonces voy a pedirle a Mildred que cocine algo bueno para nosotros. ¿Frederick dónde está?
Matt se encogió de hombros, casi nunca sabía algo de su hermano y menos ahora que estaba en casa. Su padre se acercó al intercomunicador que cada habitación tenía en la puerta, para hablar directamente a Mirash.
—Hola, linda. ¿Sabes dónde está Frederick?
—Buena tarde, su alteza. El príncipe Frederick se encuentra en su sesión de equitación, ¿desea que llame por él?
—Sí, si —respondió el hombre sonriendo. —Que tome la lección otro día, dile que venga a cenar con nosotros.
Y entonces ambos caminaron en silencio por el castillo hasta el gran comedor, que ya tenía los platos servidos y esperando por él. Matt se sentó temblando, tal vez su padre había descubierto la travesura de ambos hermanos en la sala de proyección.
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